Para ella, la vida pasaba a través de la cocina, ahí era feliz y lograba que todos nos sintiéramos del mismo modo, mientras deambulaba de un rincón al otro, entre utensilios, alacenas y vajilla.
El sábado era el día del almuerzo familiar, así que se levantaba con el canto del gallo y a paso lento, cargando los muchos kilos cubiertos por un amplio y cómodo batón, comenzaba a cocinar. No recuerdo haber vuelto a comer pizza como la suya. Leudaba tanto la masa después de sobarla a diestra y siniestra sobre la mesada de mármol, que al disponerla sobre la asadera le quedaban profundas depresiones entre los globitos de aire, en los que se acumulaba la salsa de sabor tan exquisito y personal.
Más tarde preparaba la masa para los piroguis (comida típica polaca) rellenos con ricota, panceta y cebolla, que eran el deleite de todala familia.
Cuando subía el hervor del agua, nos llamaba a comer. Presurosos, todos nos sentábamos alrededor de la mesa y con el máximo de los placeres, degustábamos sus especialidades entre risas y conversaciones en "polañol".
olor a levadura
afuera llueve